transdiciplinariedad
La transdisciplinariedad y el diálogo de saberes Indudablemente
Tal fructificación mutua –conceptual, metodológica y metódica— entre la transdisciplina y las disciplinas, las multidisciplinas y las interdiscíplinas, implica, de suyo, la presencia de un "diálogo" entre sus respectivos saberes. Diálogo que, por parcial y localizado que sea al inicio, se va ampliando y profundizando después, a medida que se va tejiendo la madeja del corpus de saber transdisciplinario que va trazando puentes conceptuales, metódicos y/o metodológicos entre los saberes dialogantes. Esta característica de lo transdísciplínario –que comparte con lo multi e interdisciplinario y que profundiza ulteriormente— es otro de los aspectos que contribuyen a la demarcación de los saberes contemporáneos ya mencionados que lo ponen en juego, con relación a otro de los rasgos del ideal clásico de racionalidad: la disciplinarización del saber. Como sabemos, dicho ideal fue creando saberes encerrados en fronteras disciplinares, lo que, si bien constituyó en sus primeras etapas un proceso de diferenciación necesario y útil del anterior saber indiferenciado, concomitante además con el ideal analítico: desmembrar las totalidades en sus partes para "analizarlas" (partes que se consideraban demasiado complicadas, para ser aprehendidas de manera directa e inmediata). A partir de cierto momento, comenzó a convertirse dialécticamente en su contrario, es decir, en algo que obstaculizaba en medida creciente la aprehensión de tales totalidades –para no hablar de los perjudiciales efectos de las deformaciones disciplinarias de unos u otros especialistas de tal o cual disciplina, cuya jerga especializada se fue tornando ininteligible para las otras disciplinas; qué decir para el hombre de la calle. Michel Foucault ha argumentado extensamente acerca del poder disciplinario, ese usufructo de las desiguales circunstancias a favor de algunos (los especialistas de una u otra disciplina) y en desfavor de otros (los no pertenecientes a ellas), que ha caracterizado al ejercicio de los saberes disciplinarios. Posiblemente todos hemos sentido, en una u otra ocasión, lo difícil que se torna ser aceptado por los expertos especializados en una u otra disciplina cuando no se procede de ella y se intenta vincularse con ella. Tales conformaciones o prácticas de saberpoder-disciplinario han sido –y lo son aún— uno de los principales obstáculos para el diálogo multí, inter y transdisciplinario. Por cierto, retornando a la aludida comprensión moderna de lo complejo como sinónimo de lo complicado, resultó que el pathos analítico que era concomitante a los esfuerzos disciplinarios, a pesar de los indudables y magníficos logros científicos y técnicos que hizo posible, no fue capaz, sin embargo, de realizar aquella aspiración inicial suya de, una vez aprehendidas analíticamente las partes, volverlas a reunir para proceder entonces, pertrechados ya con ese saber analítico, a obtener la nueva "cosecha" de un saber sintético acerca de lo complicado de las totalidades de origen (es decir, lo complejo para aquella época). Era como si la complejidad eludiera al saber analítico. Hoy sabemos por qué. Aquella empresa analítica de separar en partes las totalidades nos privaba de aprehender precisamente lo que genera la complejidad: las interacciones internas (y no cualesquiera de ellas, sino las de carácter no lineal) entre las partes (que entonces ya no son partes, sino ‘componentes’ de algo que las trasciende). La ciencia analítica tiene que contentarse, por su propia naturaleza, con aprehender las interacciones externas entre partes que ya no componen algo mayor (la tercera ley de Newton, con su aprehensión de la universalidad de la acción y la reacción, cada una de ellas externa a la otra parte, es la formulación paradigmática de tales circunstancias). Por el contrario, para el pensamiento de la complejidad, lo complejo no es ya más sinónimo de lo complicado; es sencillamente eso, complejo, y como tal debe ser aprehendido. La ciencia analítica no nos ha legado demasiados medios y herramientas cognitivas; y la empresa de elaborarlas ha sido, en verdad, la historia de la eclosión del pensamiento de la complejidad, durante buena parte del siglo XX. Ha habido que renunciar a esa desmembración en partes de las totalidades y elaborar medios conceptuales, metodológicos y metódicos (elaboración que está lejos de haber concluido, por lo joven del esfuerzo) para su aprehensión inmediata como totalidades complejas. No es sorprendente, entonces, que la metáfora de ‘la red de redes’ o de ‘redes en red’ se haya convertido en la central para el pensamiento o enfoque de la complejidad. En dicha comprensión –de índole holista— todo el saber acerca de las partes puede y debe aprovecharse, pero como aquello que nos permite proceder a su ulterior caracterización como componentes tramados en las aludidas redes en red . El centro de gravedad de esos esfuerzos holistas es precisamente la caracterización de la dinámica procesual de tales redes, sean entre átomos (moléculas, sólidos, líquidos y/o gases); entre moléculas (macromoléculas, células); entre células (tejidos, órganos, organismos vivos); entre organismos vivos (poblaciones, especies); entre seres humanos (grupos sociales, sociedades); entre estrellas (agrupaciones estelares, galaxias); entre galaxias (constelaciones galácticas; la metagalaxia), etc. Cada una de tales redes constituye en sí misma sólo un nodo tramado en las redes de mayor complejidad. Pero el diálogo entre saberes disciplinarios, multi, inter y transdisciplinarios no es el único que se constata en el decurso del saber contemporáneo. Ni es el único necesario. El ideal moderno de racionalidad nos ha legado otras múltiples dicotomías cognitivas que urge trascender. Y para ello es imprescindible poner en juego otros diálogos entre los polos dicotomizados.
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